por | Jun 24, 2020 | Historias | 2 Comentarios

Y Chacalón bajó de los cerros

14:19. Lima, jun. 24 Hace 26 años falleció uno de los cantantes más populares del Perú, Lorenzo Palacios Quispe, Chacalón. Hoy, su leyenda sigue viviendo y ahora es considerado por los sectores marginales de Lima como un verdadero santo.
Curioso que ahora esté enterrado cerca, en el cementerio El Ángel, cuartel Santa Glicenia 33-B, y junto a su hijo a quien llamaba “Satoche”. Cierto, a tiro de piedra donde esa vez pasamos todo un día conversando y tomando cervecitas en su casa del Conjunto residencial Los Incas en el barrio de Santo Cristo. Curioso que Chacalón esté vivo más que nunca ahora que sé que está muerto y que lo gente habla de él como si viviera en el alma de los cerros que circundan la Lima pobre y sus cumbres de miserias. Porque con Chacalón nunca se sabía que era real y que era una quimera. Y porque su vida azarosa siempre estuvo cosida a los encantos de la muerte.Y Chacalón ya no canta pero su voz además de seguir perpetuando un estilo para los provincianos de la Lima, informal y achichada, hoy habita en los fastos de los prodigios. Hace milagro, dicen, si le rezas con fervor. Chacalón fue el artista que vivió en el magma de la pobreza más cruel y hoy sigue siendo un paradigma de los desterrados, que a una década de su muerte hoy lo consideran un santo y ocupa la versión masculina de otro personaje venerado por los humildes, los ladrones y las prostitutas, Sarita Colonia.

Escribe: Eloy Jáuregui

Así, en el verano del 2014, luego de reñida puja, Chacalón se imponía a cuanto Bob Marley o Yuri se le ponían al frente en el popular programa de imitadores de la televisión “Yo soy”. Además, le habían pagado 25 dólares y con ese dinero iba a estudiar una carrera profesional y a mandarse a arreglar la nariz. Lorenzo Palacios Quispe, Chacalón, no había muerto en 1994, ahora existía en el espíritu del arequipeño Juan Carlos Espinoza, un peruano regordete, de mirada exótica y sonrisa sin acápite y que era “igualito que el finado”, como dijeron esa noche las mujeres de edad respetable en el Canal 2.Este Espinoza, en ese concurso había derrotado también a los imitadores de Corazón Serrano y Toño Centella, todos participantes en ese singular género de la chicha, o tropical andino o cumbia peruana. Y es que en el Perú todavía se escucha el tema “El provinciano” que fue un hit de Chacalón grabado en 1987 y hasta aquel 17 de febrero, Espinoza demostró que sigue vigente en el imaginario de los nacionales y que Espinoza demostraría luego tener condiciones para imitar a tremendo ídolo popular aunque luego haya variado su nombre por el de “Chinolón”.Con Chacalón sucede un hecho curioso. Que vive a pesar que está muerto. Y otro Chacalón ahora está cantando “Soy provinciano” en el local Maracaná de Jesús María y las parejas no le pierden el paso y corean sus canciones. Pero Chacalón es un robusto cadáver desde aquel 24 de junio de 1994. El que canta entonces es Reynaldo Pérez, un sujeto que se le parece como dos gotas de ron y que es conocido en el planeta de la multitudinaria cumbia peruana como “Mamita”. Pérez imita a “Papa” Chacalón y su voz atrae los himnos de los cielos. Porque Chacalón o “Mamita” –con apariencia de mecánico yuppie— hasta bautizó a su banda como “El grupo San Lorenzo” en homenaje al beatífico Lorenzo Palacios Quispe. La Cumbia peruana así, no ha muerto. “Mamita” y otros nuevos valores del dinamizado género degenerado, cada vez luce más “power” como le dicen ahora.Y si existe un himno de los migrantes en Lima ese es el tema “Muchacho provinciano” del compositor Juan Rebaza. Nadie como Chacalón lo había convertido en un ícono para darse fuerza. Y es verdad. Para aquellos que lo conocimos, Chacalón fue ese ser necesario para el imaginario del pobre y el desarraigado sin horizontes. Y daba la talla porque cantando resolvía como una válvula de escape la frustración nacional de los peruanos marginales, aquellos que todavía habitan en la bienaventuranza de lo prodigioso, esos que horadan las márgenes de la informalidad. Por eso construyó su propia estampa para enarbolar las insignias de una cultura ilustrada en la hibridez: la cultura chicha.Expresión celebrada del provinciano conquistado por la megalópolis limeña y que resignan su sino al nudo o trenza capitalino que los atrapa y los mimetiza con la magia miserable de la sobrevivencia a tal punto que son muy pocos aquellos que retornan a sus pueblos. Peruanos de fronteras adentro, cultura del interregno y pesadumbres, costumbres del tráfago de la postración.Para muchos investigadores de las claves sociológicas, con Chacalón se inicia a consolidar el fenómeno cultural de “lo chicha”. La ortodoxa y genuina. Es decir, como afirma Wilfredo Hurtado Suárez “aquel primer producto cultural que genera la migración y que perfilan los avatares de la asimilación de los provincianos a los desafíos de la gran ciudad. Chacalón así, es el paradigma. Sin duda, los éxitos musicales de sus temas (los de corte romántico, los del recuerdo del terruño, los del despecho y los del “achorado”) se expandieron en el ámbito nacional homogenizando amplios sectores urbanos y rurales. Chacalón, no obstante, coexiste al mismo tiempo y es popular sin desplazar radicalmente las múltiples expresiones andinas más antiguas y las nuevas representaciones del folclore tanto así que hoy, dos décadas después de su desaparición, en programas radiales, clubes provincianos, campos deportivos, restaurantes-recreos y carpas, cantantes como Max Castro o Dina Páucar o Amanda Portales, siguen teniendo su público como la chicha –con nuevos grupos y cantantes—, también tienen el suyo. Con Chacalón comenzó a perfilarse un nuevo estilo de cantar y tocar la cumbia peruana. Por eso, aquellos músicos criollos del género tropical sintieron que, en el fondo, Lorenzo Palacios estaba cantando un nuevo tipo de huayno, con el agregado de la percusión caribeña pero con un gemir casi genético que se le escapaba del alma. De ahí que lo llamaran peyorativamente «cantante chichero». No obstante, fue Chacalón quien le puso a la chicha el aliento de barrio serrano, del cerro cholo y también le otorgó ese himno a todos los migrantes de la urbe que dice: «Soy muchacho provinciano,/ me levanto muy temprano,/ para ir con mis hermanos,/ a trabajar…/ No tengo padre ni madre,/ ni perro que a mí me ladre,/ sólo tengo la esperanza,/ de progresar…».

La canción así es un himno reivindicativo y un lamento de un destino inmisericorde. De esta manera y no de otra, su cantó prendió en el corazón de su pueblo y de ahí que los promotores y locutores acuñaran esa famosa frase que se entonaba a los gritos en cuanto ‘chichódromo’ se presentaba Lorenzo Palacios: «Cuando canta Chacalón, bajan los cerros». Y cuánta verdad había en aquella sentencia. Chacalón nos contaba siempre que la gente pobre pero honrada tiene en este país dos únicas misiones: La chamba y el vacilón. Y añadía: “No hay más. Si no chapamos para nosotros la mitad de cada una estamos fregados. Hay que saber, hay que encontrar el secreto para chambear contentos. Uno no puede sacrificar la chamba o la pendejada. Tenemos que agarrar la mitad de cada uno. Porque uno puede tomarse su trago, puede jaranearse, puede tener un montón de mujeres, aunque yo siempre digo: hay que tener tres canales como máximo, pero tienes que sacarte la mugre trabajando para darte esos lujos. Si no, agarramos, formamos nuestra banda y nos ponemos a asaltar bancos”. Esa era su filosofía. Por eso, desde el estrado, él metía un carajo cuando comenzaban las broncas y más parecía un sacerdote. Por eso para muchos era “Papá Chacalón”. Y así lo llamaban porque siempre estaba demostrando que se trataba de un ser sencillo y humilde. “Trabajo con mi gente en lugares pitucos o en mercados de unos asentamientos humanos. No me hago problemas. Yo pude quedarme en los Estados Unidos. Pero estoy aquí, con mis cholos. Yo soy fanático del Alianza Lima y del Señor de los Milagros. Por eso soy feliz porque tengo un chupo de ahijados”. Aunque en el atardecer del 24 de junio de 1994, entre visiones difusas y el olor al alcanfor final, Chacalón había distinguido aún las facciones de Dora Puente, su esposa, pero apenas alcanzó a descifrar lo que entre gemidos ella le decía. En el breve espacio de la sala de la Unidad de Cuidados Intensivos de la clínica Javier Prado, Lorenzo Palacios Quispe, «Chacalón», recién tuvo la certeza de que se moría y ya casi embalsamado en los atonales himnos de ronquidos quiso pedir agua, aire, por favor, un poco más de vida. Pero esa vez todo fue injusto y el silencio absoluto de pronto lo dominó y la parca se encargó de entonarle su punto final. Ese día había muerto «El Faraón de la cumbia peruana», el ser de la alegoría del provinciano en Lima, su emblema y paradigma; pero desde aquella vez, su linaje había procreado al mito, al personaje que devino en predestinado santo, en un ídolo de contraseñas, en un virtuoso venerable. Su vida misma le había inventado la leyenda y esta tenía sus consignas. Que fue alcohólico, que vivía de las mujeres, que era lo que dicen un «achorado» de marca mayor, y él apenas era el artista popular que cantaba junto a los cerros que estrangulan la capital para sobrevivir fotografiado a las angustias familiares sin etiqueta. Chacalón fue sabio a su manera que el mismo preparó su entierro como si fuera una fiesta. Querido como ninguno, esa tarde del 26 de junio de 1994, dos días después de su muerte, la multitud, su gente, lo dejó arrebatada para siempre en su última morada. Lloraban y se cortaban y borrachos tropezaban como una danza demoníaca que hasta hoy no acaba. Tenía 44 años cuando lo enterraron. Y esa despedida fue memorable incluso sobre las cicatrices que dejan el barrio y sus albañales.

Qué de multitud no llegó hasta el camposanto, qué de rituales bajopoblanos no se exhibieron aquel atardecer. Su pueblo, embriagado por el dolor contenido, no halló mejor oportunidad para que ahí, en el cementerio El Ángel, se cortara los brazos y garabateara sus tatuajes. Y el ataúd, lanzado por el gentío, estrujado por el amor a navajazos que transportaba como un Cristo y a duras penas al ídolo muerto de un paro cardiaco y más muerto todavía de vida desmesurada se marchaba para siempre. El parte médico hablaba de un coma diabético y de una sangrante úlcera gástrica y hasta de un virus inclasificable en ese momento. Luego se sabría que «Chacalón» había fallecido de rabia, pena y añoranzas.

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2 Comentarios

2 Comentarios

  1. el chihero

    hay Chacalon porque te fuiste

  2. juan

    el papa de la chicha

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